jueves, 15 de marzo de 2012

Poemas

1.- Primer jinete

eso que algunos llaman llamarse a sí mismos
llamarse en silencio para sujetar el ánimo cristiano
en medio de tantas voces intrasangre,
donde el creador hace maniobras digestivas
y también cerebrales
para
dejar
pasar
a ángeles y demonios luchando en la batalla
por ganarse el ojo negro
del hombre dominical;

eso que llaman voces propias,
nacidas de apetitos, hambres y náuseas,
voces paridas por el pequeño hombre anclado a tierra firme,
con la firmeza que dan los boletines informativos
y la castidad de los sacerdotes;

eso que llaman voces,
allí, donde la sangre transporta historias
demasiado grandes para un hombre pequeño,
confundiendo su pequeño cerebro
en la espera de los tres cantos y sacarse los dignos pantalones
de trabajo obediente a la huella
de un padre igualmente trabajador;

padre; que no faltaste un solo domingo
a la persignación con agua bendita; ( bendita agua );

eso que llaman pequeño hombre
desesperado recogiendo recuerdos de infancia,
cuando las voces no llevaban al pánico
y los ángeles eran ángeles
y los demonios eran gente
que vivían lejos de su estómago y su cerebro:

eso que llaman llamarse a sí mismo
para sujetarse eso que llaman ánimo ( de ánima ),
libera al pequeño hombre de usar zapatos negros
lo libera de creerle a los nauseabundos boletines
convirtiendo su ojo en la clave
que
le
quite
el apellido
de su frente sudada,
origen de todas sus voces sanguíneas
que le muestran la oscuridad de estar solo en el mundo.




2.- Segundo jinete


eso que llaman espacio (¿me entiende usted?)
provoca mi sonrisa nerviosa de fundamentalista convencido;
me río y sonrío nervioso frente a los malabaristas
del concepto llamado lenguaje,
usando la razón como escudo
para no mirar a la Luna flotando ( ¿me entiende usted? );

eso que llaman espacio aquellos filósofos, tan eruditos
en medir la distancia entre el Sol y la Tierra,
y usar esa distancia
como puente entre el miedo y la vida en sociedad;

porque no quiero agregarme, es más,
me resulta imposible el ejercicio gregario,
yo no construyo puentes freudianos que me salven,
ni puentes, ni dioses, ni maestros;

claro, el miedo reina en mi organismo,
lleno de órganos parlantes
en un cuerpo tan ruidoso con aquel estimulo social
que observa
tranquilo
desde un mirador filosófico
la guerra desatada de las estrellas
con una Luna flotadora;

eso que llaman espacio,
señora Muerte de cuerpo presente,
recordando con sus agujeros negros
la vacuidad
la inoperancia
de los puentes mentales;

cuando la guadaña roza las mejillas de los sociales
cuando su capa negra abofetea al Sol
por su fálica soberbia
cuando le indica a la Luna
el momento exacto
para enamorar
a esos pocos
de estómagos vacíos;

eso que llaman espacio produce en mi ánimo
un pánico que pocos conocen
que pocos llaman pánico;
los castos arrinconan a la Señora esa en cementerios blancos,
lejos de riñones e hígados desobedientes
al filósofo que logró domesticar el miedo a los agujeros negros
hambrientos
por devorarse
todos los ánimos;

seguiré mirando fijo a la Muerte
hasta que nazca una mariposa negra en mi estómago,
una mariposa negra que me quite el miedo
a ese espacio vivo
que palpita alrededor de mi cuerpo.